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¿Cómo debemos hacer frente a estos riesgos?

El principal problema es que, a menudo, no somos conscientes de los riesgos hasta que ya es demasiado tarde. Un incendio es un evento relativamente poco frecuente, por lo que el peligro suele pasar desapercibido en un primer momento. Por eso es fundamental generar mayor conciencia y conocimiento, especialmente a la hora de formular políticas. Los rápidos avances en las tecnologías en la edificación y energía hacen que no dediquemos el tiempo necesario a reflexionar sobre el impacto que esto puede tener en la seguridad contra incendios.

En el caso de las fachadas, por ejemplo, comenzamos a implementar este tipo de soluciones en las décadas de los 70, 80 y 90, y en los últimos años se han convertido en un gran problema. Es difícil ser plenamente conscientes de estos riesgos desde el inicio, por lo que quizá deberíamos detenernos y asegurarnos de abrir un diálogo con todos los actores implicados sobre cómo estamos gestionando estas cuestiones, en lugar de seguir construyendo y descubrir los problemas solo cuando ya se han materializado.

La competencia es fundamental. Es imprescindible contar con un conocimiento amplio en todos los niveles de la sociedad: desde los fabricantes, pasando por los constructores, hasta los responsables políticos. De poco sirve que solo unas pocas empresas dominen la producción de soluciones ignífugas si el resto de la sociedad no sigue los mismos principios. Por eso, debemos invertir más en educación y promover una conciencia colectiva sobre los riesgos y la manera de gestionarlos.

¿Es suficiente el sistema actual de ensayos de seguridad contra incendios para limitar los riesgos?

Actualmente, no la evaluamos de manera efectiva. Los ensayos son simplemente superados o no superados, lo que no ofrece una visión completa de su comportamiento en situaciones reales. Sería necesario contar con un sistema de evaluación más detallado, que permita medir la resistencia al fuego en distintos porcentajes —por ejemplo, al 50%, 70% o 90%—. Esta información facilitaría a constructores la toma de decisiones sobre la idoneidad y seguridad de los productos, especialmente cuando se combinan con otras medidas de protección, como rociadores automáticos o escaleras adicionales.

Siempre existe un debate sobre la equivalencia entre los ensayos realizados en laboratorio y las condiciones reales. En el laboratorio, los ensayos se realizan en entornos controlados y bien definidos, pero en la práctica intervienen muchas variables —como el viento o la calidad de la instalación— que pueden alterar los resultados. En vez de intentar replicar en el laboratorio todos los posibles escenarios, deberíamos centrarnos en crear soluciones robustas y seguras. Esto implica realizar ensayos que contemplen márgenes de seguridad suficientes, para garantizar que los edificios puedan soportar variaciones y condiciones imprevistas en la realidad.